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¿LOS NIÑOS SUFREN?


¿LOS NIÑOS SUFREN?

 

 

En cierta ocasión, una señora me comentó que su niña de 6 años le había platicado llorando, que estaba muy triste porque su mejor amiga del colegio se había enojado y no quería jugar con ella en el recreo, a lo que la madre respondió: “ay hija, eso no es importante, no te preocupes, hay cosas más importantes en la vida”.  Acto seguido, dicha señora continuó contándome otros asuntos de su vida que la tenían preocupada y deprimida.

 

Yo creo de verdad que el “espejear”, a alguien, es una excelente herramienta para que comprenda lo que otros sienten. Así que “espejeé” a dicha señora y le respondí exactamente como ella le contestó a su niña: “ay, eso no es importante, no te preocupes, hay cosas más importantes en la vida”. Comprendió de inmediato que al haberle respondido eso a su hijita, la hizo sentir exactamente como ella se sintió con mi comentario: incomprendida, ofendida, minimizada.

 

Independientemente de que yo atendiera luego las preguntas que esa señora me hizo, era importante que se diera cuenta de que ella, como muchísimas personas que con frecuencia escucho, necesitan entender que los dolores y problemas de los niños, son muy importantes para ellos, aunque los adultos los consideremos insignificantes y tontos.

 

Es muy común esa incomprensión  y falta de respeto al sufrimiento de un niño. Cuando viven la experiencia de la muerte de su mascota, algunos padres, en lugar de apoyarle para procesar su duelo, se molestan con él porque llora.  Recuerdo a unos padres que regañaban a su hijo de 9 años que lloraba desconsolado cuando se le murió su conejito, diciéndole que no exagerara, que apenas tenía 3 semanas con él y ni se había encariñado tanto, y que si seguía haciendo tanto drama cometería un pecado, porque llorarle a un animal lo era, cuando en el mundo había tantas personas con problemas verdaderamente graves.

 

Esto es verdad, siempre habrá en el mundo alguien con tragedias mayores que las que cada uno estamos pasando; pero los sufrimientos no deben ser comparados.  La “tragedia personal” (y no se diga la de un niño) es tan grande y devastadora  para quien la sufre, como la peor.

 

“No rías nunca de las lagrimas de un niño. Todos los dolores son iguales”, expresó el poeta Charles Van Lerberghe

 

Cuando un niño nos cuenta sus sufrimientos, debemos escucharlo sin juicios, abrazarlo, consolarlo, decirle que lo comprendemos, que entendemos cómo se siente y lo difícil que estará siendo para él tal situación y que aquí estamos para escucharlo y apoyarlo. Luego, si lo vemos necesario, podrán venir los consejos y recomendaciones que al parecer los padres no estamos tranquilos si no los damos. Y está bien, pero primero el respeto, la empatía y el apoyo.

 

En algunas ocasiones será necesario buscar ayuda profesional, porque el conflicto emocional que el niño está experimentando, así lo requiere. La terapia infantil le ayudará a procesar sus sentimientos y superar la situación.

 

Con gran frecuencia, muchos padres me comentan cosas como: “mi hijo tiene un año con terrores nocturnos”; “mi hija tiene una tremenda fobia a las arañas”; “desde la muerte de su abuelito, mi hijo no quiere jugar”, y una innumerable lista de problemáticas infantiles.  Mi cuestionamiento hacia esos padres es: “¿y por qué no lo curan? ¿por qué no lo han llevado a terapia para que le ayuden a solucionar esto?”

 

La verdad, me frustra profundamente esta pasividad de muchos padres para atender los asuntos y heridas emocionales de sus hijos.  Si su hijo se fractura un brazo o se hace una herida, de inmediato lo atienden; no lo dejan con el brazo fracturado o la herida abierta y sangrante, sino que lo llevan al médico o al hospital para que lo curen. Pero con las fracturas y heridas emocionales, lo dejan  meses, años o toda la vida, sin ser atendido. En mi opinión, una de las razones por las que hacen esto, es que no quieren enfrentar las realidades -con frecuencia desagradables- que surgen claras y directas en el proceso de terapia y que posiblemente les harán sentir culpables, avergonzados o preocupados. Así pues, por pura comodidad y cobardía, se deja a los hijos sin ser  atendidos en todas aquellas situaciones emocionales que por su importancia, requieren ayuda profesional... ¡Reflexionemos!

 

 

 

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